También conocido como Levi, fue uno de los doce apóstoles que Jesús eligió para proclamar el Reino de los Cielos y la Tradición le atribuye la autoría del Evangelio que lleva su nombre. De acuerdo con la Sagrada Escritura, vivía en Cafarnaún y trabajaba como publicano, es decir, era un recaudador de impuestos al servicio del Imperio romano. Este oficio era mal visto por los judíos, pues no solo vivían en contacto con paganos, sino que abusaban de su poder para su propio beneficio no el de su pueblo. El llamado a seguir a Cristo ocurrió así: «Un día Jesús salió y vio un publicano llamado Levi, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo; «Sígueme», Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió »(Lc 5, 27-28). De esto se puede decir que ante el llamado de Jesús, Mateo decidió hacer un cambio radical en su corazón; dejó el apego a los bienes materiales y la seguridad que le daba su oficio para seguir a Cristo y entregarle su vida. Al igual que los demás apóstoles, estuvo presente en la Última Cena, fue testigo de la Ascensión del Señor y en el día de Pentecostés recibió al Espíritu Santo. De acuerdo con algunas leyendas, estuvo predicando en Judea y en las regiones vecinas, y después de la dispersión de los apóstoles, fue a predicar entre los partos y los persas. Luego estuvo en Etiopía, donde venció a dos magos que se hacían adorar como dioses y a los dragones que los acompañaban. Fue martirizado a filo de espada. Si bien en ocasiones es representado con la espada de su martirio, con una bolsa de dinero o con un tablero de contar (aludiendo a su labor de publicano), la representación más común es la del hombre alado, uno de los cuatro Vivientes que describe el libro del Apocalipsis (Ap 4, 7), con los cuales se representan los cuatro evangelistas.
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