"Llegue hasta Ti mi súplica; inclina tu oído a mi clamor, Señor".
(Sal 87, 3)
Hermanos, la Palabra de este domingo nos invita a renovar la pasión y el compromiso con que estamos viviendo nuestra vida. Para empezar, el apóstol Pablo dirá que nuestra existencia en este mundo debe estar basada en la esperanza, es decir, en la certeza de que Dios se hace presente en nuestra realidad y no concederá cuanto necesitemos; por ello, debemos esforzarnos por fomentar en nuestros hogares y comunidades un ambiente alegre que nos permita soñar con cosas, pues nuestra esperanza está en Cristo que venció la muerte. Si perdemos la esperanza, fácilmente caemos en la rutina, la pereza y la falta de creatividad, y terminamos viviendo una existencia monótona que solo espera «sobrevivir al día», pero no hay riesgo, pasión, ni alegria. Cuando esto ocurre, nos parecemos a las vírgenes necias que se cansaron de estar atentas para mantener el vigor y la alegría en la vida; por ello, el aceite de una vida con sentido comienza a escasear y la llama de la lámpara de nuestra vocación matrimonial, presbiteral, consagrada o laical deja de iluminar. Nuestra capacidad de dar luz es un don de Dios y exige que pongamos de nuestra parte, pues no podemos brillar con aceite ajeno, sino con aquel que es fruto de nuestro esfuerzo y dedicación. Para lograrlo, necesitamos vivir con sabiduria, y según la primera lectura, ella está a la puerta de nuestro corazón esperando a que la dejemos entrar. En esta semana que comienza, prestemos atención a las recomendaciones que Pablo da a Tito, pues nos ayudará a mantener nuestra lámpara encendida para el encuentro definitivo con el Señor.
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