La Iglesia siempre ha tenido en especial estima la oración por los fieles difuntos, para que puedan gozar de la plenitud de la vida eterna. Si bien desde el siglo IV en distintos lugares se celebraba de forma especial un día de oración y celebración eucarística a favor de los difuntos, no fue sino hasta el año 998 que la celebración comenzó a realizar el 2 de noviembre. Esto ocurrió gracias a la costumbre que San Odilón de Cluny instauró en sus monasterios y que rápidamente se extendió por toda la Iglesia, hasta que el Papa Pio V (1504-1572) la incluyó en el Misal Romano. Para la Iglesia, orar por los fieles difuntos es una forma de ejercer la caridad con aquellos que ya han pasado al encuentro definitivo con el Padre, para que la misericordia del Señor los cubra y gocen de su Presencia. En virtud de la Resurrección de Cristo, a todos aquellos que en vida aceptaron su Palabra les aguarda una eternidad en la Presencia de Dios. Ante esto surge la siguiente pregunta: iqué pasará con aquellos que murieron en pecado o no conocieron a Dios ?; la respuesta es que la sabiduría de la misericordia divina tiene la palabra, no nosotros. Solo Dios conoce lo profundo de las motivaciones del corazón de cada uno y en su infinita bondad tratará a cada uno de sus hijos; por ello, debemos orar para que la misericordia de Dios nos abrace a todos, en la vida y en la muerte, seguros de que Dios es Justo y no dejará que ninguno de sus hijos se pierda. En este sentido, cada Eucaristía que celebramos por nuestros difuntos servirá como un bálsamo y un aliciente para que se acerquen a los brazos de Dios. No esperemos hasta el final para preparar el encuentro con el Señor.
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