Salve, Madre santa! Virgen, Madre del Rey, que gobiernas cielo y tierra por los siglos de los siglos
Esta celebración tiene su origen en Oriente. En el siglo VI, el obispo de Jerusalén, Elías, comenzó la construcción de la Iglesia de Santa María la Nueva, que fue finalizada y dedicada en el año 543; desde ese entonces se conmemora la Presentación de María en el Templo. En 1372, el canciller en la corte del rey de Chipre fue enviado a Aviñón (Francia) como embajador ante el Papa Gregorio XI; en su encuentro con el Pontífice, este hombre le describió la importancia que tenía la fiesta para los griegos. EI Papa la introdujo en la ciudad papal y Sixto V la impuso en todo Occidente. La historia de la niñez de nuestra Señora y de su Presentación en el Templo no se encuentra en la Biblia, sino en un escrito apócrifo conocido como el Protoevangelio de Santiago. Según este texto, cuando la Virgen María cumplió tres años, sus padres, san Joaquín y santa Ana, la presentación en el templo para agradecer a Dios en un acto de fe por el nacimiento de su hija y para que fuera instruida en la fe en Dios. Dice el escrito: «No llevaban ni cordero ni paloma, pero iban a ofrecer a aquella que debía concebir al Cordero de Dios para la Redención del mundo, la mística paloma de los jardines del cielo. Cuando los peregrinos llegaron al umbral del pórtico, la Virgen pequeñita subió sola las gradas, con paso firme y seguro ». Esta fiesta nos recuerda los méritos de nuestra Madre del Cielo: su diligencia apremiante, pues se ofrece a Dios presurosamente; su seguridad en la decisión de servir al Señor; su generosidad, porque se inmola en el templo y deja a sus padres, y su fidelidad inviolable. Hermanos, sigamos el ejemplo de nuestra Madre, y sirvamos al Señor con la seguridad que solo nos puede dar el amor en Él.
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